Hay mucho que contar sobre todo lo que ha pasado desde la última vez que
escribí sobre mi vida por aquí. Es lo malo que tiene no tener
prácticamente tiempo libre, así que igual me sale un texto algo largo
aunque intentaré hacerlo lo más ameno posible.
Sin revisar
artículos anteriores creo recordar que lo último que escribí fue sobre
lo más o menos regular que lo llevaba en el Bic Camera de Shinjuku donde
acababa de comenzar y que iba a entrar a estudiar en HAL Tokyo, un
Instituto de Diseño bastante conocido sobretodo por su situación: en la
Cocoon Tower de Shinjuku, concretamente en la rama de Diseño Gráfico.
Comencemos por el Bic Camera:
Estaba en la sección de Fotografía,
y debido a algunos desencuentros con un encargado (alguno lo expliqué
en su momento) que llevaron a degradar a ese encargado a “simple
empleado”, pedí que me cambiaran de planta y me cambiaron a la quinta,
donde habían las secciones de Belleza, Juguetes y Videojuegos. Y aquí comenzó mi
historia de amor con Bic Camera.
Los intérpretes no teníamos
sección en aquella época, estábamos por ahí rondando y si había que
ayudar en caja se hacía y si teníamos que atender a japoneses (los que
hablábamos correctamente japonés) pues también. En esa época, a mediados
de febrero, en recursos humanos aún no me conocían mucho y estaban un
tanto recelosos de hacerme un contrato a tiempo total aunque me lo
habían prometido (aunque por horas, de “arubaito”, no fijo. Una de las
claves de este artículo), pero mis compañeros jefes de planta y de
sección me tenían mucho aprecio porque me atrevía a todo y siempre
estaba presto a ayudar para lo que fuera, por lo que los jefes de planta
hablaron directamente con todos los superiores posibles para que me
dejaran trabajar a tiempo completo. Es más: el encargado de videojuegos
les dijo que me quería para su sección y a tiempo completo, que era
imprescindible para él. Le escucharon y me cambiaron el contrato con la
condición de ser intérprete pero “residente” de la sección de
videojuegos. Eso me emocionó mucho porque irse fuera y que confíen en
así en uno, imaginaos…
Y allí estaba yo, empecé prácticamente en
la sección de videojuegos a tiempo completo (de domingo a jueves
alternando de tardes y de mañanas) y en el HAL a la vez (tres veces a la
semana por las noches). Me hice mi hueco y me sentía la mar de bien.
Estaba trabajando en una de las tiendas de electrónica más importantes
de Japón y en la sección de videojuegos! y en perfecta sintonía con mis
compañeros que a la postre se convertirían en grandes amigos. Mi
“consagración” fue los días de la copa intercontinental (la que ganó el
Barcelona en diciembre de 2015). Se corrió la voz de que había alguien
que hablaba español y comenzaron a venir cantidades ingentes de
argentinos… y yo corriendo de arriba a abajo para atender a toda la
gente que pudiera, cosa que me encantaba.
Atendí a tantos que
incluso me hice “famoso” en algunos círculos y la gente venía
directamente con una foto mía a información preguntando si “estaba
Valo”. Hice unos cuantos amigos con los que aún mantengo el contacto
actualmente.
Era muy feliz, pero me faltaba algo aparte del
sueldo que era un poco bajo: un contrato fijo como empleado “normal”, no
por horas, (cosa muy importante en Japón de cara al finado permanente y
otro tipo de cosas más mundanas como alquilar un piso o ser más
independiente), por lo que mientras trabajaba e iba a la escuela buscaba
trabajo porque no me quedaba otra. No lo encontraba y me deprimí
bastante. Pensaba que lo mío era imposible, que no iba a encontrar un
buen trabajo en la vida y hasta tuve la tentación de echarlo todo por la
borda (muy en serio, casi había tomado la decisión) pero un día de Mayo
vino un cliente que trabajaba en una embajada de un país
hispanohablante (en ese momento no lo sabía) y le ayudé con unos
presupuestos y varios asuntos con toda mi dedicación, como siempre. Le
caí en gracia y vino un par de veces e incluso vinieron más gente de esa
embajada y me presentaban a sus familias y tal. Y en esas me dijo: el
día que tenga vacante un puesto te llamaré y trabajarás conmigo. Me lo
tomé a broma y mi calvario penal continuaba, pero al mes me llamó: “ha
llegado tu momento”. Llevar papeleo y atender a japoneses básicamente.
Me entrevisté en Junio con él y con el embajador y a principios de Julio
me volvió a llamar para decirme que contaban conmigo. Había triunfado.
Por fin todo el trabajo y esfuerzo había sido recompensado (de aquellas
solo podia descansar un día a la semana, los sábados, y eso cuando no
había clases extras en la escuela) y en el momento en el que peor lo
estaba pasando salía airoso, como me ha pasado en multitud de ocasiones,
aunque igual está relacionado con el hecho de ser constante y no
rendirse nunca.
El día después hablé con mis compañeros y les
expliqué todo y se alegraron por mí y tal, lo típico. Así que me pillé
las vacaciones que me faltaban por hacer y dejé el trabajo. Fueron unos
días muy felices porque estaba muy agradecido con mis compañeros, pero
la vida sigue y necesitaba algo así. Por fin podría tener una vida
normal. Todo era maravilloso otra vez. O no…
Los últimos días de
Julio de 2016, 3 días antes de empezar en mi flamante nuevo trabajo en
una embajada, me llamó el que iba a ser mi jefe y me dijo: “No sé cómo
decirte esto, pero desde el gobierno central nos han dicho que no
quieren darnos dinero para tu sueldo y el de otra persona que íbamos a
contratar, por lo que no podrás trabajar aquí”… no daba crédito (aún no
sé si esa razón es real o era algo para quitárseme de encima ni quiero
saberlo), me quería morir en ese momento. Del todo a la nada más
absoluta. Me sentía traicionado, humillado, decepcionado, triste: la
estocada definitiva. Qué podría hacer?
(continuará... creo que mañana)
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